Si una persona vive en la ciudad, lo más probable es que se
deba regir bajo sus leyes: horarios laborales, transporte rutinario, citas,
deudas, afanes, filas, caras nuevas todos los días, trancones y contaminación.
Todos estos estimulantes sensoriales acaparan nuestra atención, y casi nunca
paramos simplemente a dedicar minutos, o al menos segundos, a respirar con
atención, observar con detenimiento y sentir a flor de piel. De hecho, si lo
hiciéramos, percibiríamos con más claridad el olor a humo que caracteriza la
ciudad.
Así se genera nuestra desconexión con nosotros mismos. Sin ni siquiera darnos cuenta respiramos automáticamente, miramos, pero no observamos, oímos, pero no escuchamos, la vida se pasa tan rápido que no sabemos en qué momento llegó diciembre otra vez. Con tanta actividad nuestra mente trabaja sin fin, incluso al dormir, quizá se siga pensando en la reunión del día siguiente, o en la factura que se debe pagar.
El estrés es el hijo prodigo de este ritmo vertiginoso en el
que se vive. ¿Cómo no estresarse con tanta estimulación? ¿cómo no sentir
angustia con tanto pasando al mismo tiempo? ¿dónde, entre tanto qué hacer, se
quedó la serenidad y la paz?
Cada día se hace más necesario caminar al origen de nuestra
vida, volver al respiro primordial de aire puro que nos recibió cuando nacimos.
Por eso, las montañas de los cerros orientales de Bogotá son un excelente
espacio para poder hacerlo.
Al caminar por los senderos ecológicos de Bogotá lo primero
que podemos identificar es la diferencia en los sonidos. Ya no se escuchan los
motores de los carros, los pitos, los murmullos ni a los vendedores. Ahora es
posible escuchar el viento que nos abraza, los pájaros que están cantando y a
las ramas de los árboles danzar. Cualquiera pensaría que salir de la ciudad nos
libera de su bullicio, sin embargo, visitar las montañas o los humedales nos muestra la música de la naturaleza, que quizá es hasta más bullosa que la
misma ciudad.
Sin embargo, la gran diferencia entre los sonidos de la
naturaleza y la ciudad es la armonía que ellos emanan. En la montaña se pueden
apreciar distintas melodías que nos relajan y nos invitan a reconocer que la
armonía y el equilibrio es posible entre las distintas manifestaciones de la
vida. Fuera de contaminación, fuera de angustia, fuera de ese ritmo vertiginoso
de desconexión. Además, el cambio en el ruido no es el único regalo de estar en
contacto con la naturaleza. También podemos disfrutar de los olores placenteros
que emergen de ella, al cerrar los ojos y oler con atención, se puede percibir
el sutil aroma de las plantas, de la tierra húmeda, de los pinos o los
eucaliptos.
Caminar por las montañas de Bogotá es una gran prueba de lo que se conoce como baño de bosque, una practica muy reconocida en Japón y el extremo oriente, que consiste en caminar entre la naturaleza, sumergiéndose en ella con los cinco sentidos.
Al estar en contacto con la naturaleza se
cambia el sistema nervioso y la presión arterial, descendiendo a niveles mucho
más saludables, demostrando así el beneficio que tiene esta practica en la
salud. Los estudios científicos realizados a los participantes de esta práctica
muestran que al realizar baños de bosque se generan efectos neuropsicológicos.
Obteniendo como resultado una reducción significativa en la tensión, irá,
ansiedad, depresión, insomnio y otros síntomas del estrés.
Adicionalmente, si los baños de bosque están complementados
con ejercicios de respiración, esto haría que el cuerpo, la mente y las
emociones se relajen y purifiquen. Aumentando así nuestros niveles de bienestar
y gozo, sensaciones que carecemos al vivir en una ciudad como Bogotá. Desde hace meses ya es posible realizar esta práctica sin tener que salir de la ciudad. Caminando al
Origen es un negocio de caminatas ecológicas antiestrés, que ofrece estos
servicios de baños de bosque guiados y acompañados, complementando estos con actividades diseñadas por expertos en psicología y medicina
alternativa.
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